Javier y los cuetes

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Cuando Javier era niño, le gustaba quemar los cuetes (como se dice los fuegos artificiales en México). O sea, le gustaba hasta la edad de 15 años. En la Navidad cuando tenía 15 años, sus padres fueron de compras por la cena de la Navidad. Javier estaba solo en casa. Tenía ganas de quemar cuetes. No había primos o amigos o hermanos cerca, pero tenía ganas de quemar los cuetes. Su hermana había comprado algunos meses antes un paquete de cuetes de China, cuetes muy fuertes, un paquete que contenía 40 cuetes. Javier estaba solo, y decidió que quemaría dos de los cuetes de su hermana. Halló el paquete y los cerillos y los trajo afuera.

Sacó dos cuetes del paquete, y trato de meter el resto en el bolsillo. Pero sus pantalones estaban bastante ajustados en este año y tuvo mucha dificultad. Al final, logró ajustar los otros 38 cuetes en el bolsillo izquierdo de los pantalones. Entonces agarró los cerrillos con la mano derecha, los frotó, y quemó los dos cuetes en la mano derecha. Fue muy divertido y le gustó.

Entonces trató de guardar los cerillos en el mismo bolsillo con los 38 cuetes. Pero sus pantalones estaban tan ajustados que los cerillos se frotaron en su bolsillo y los cuetes se quemaron. En el bolsillo. Todos. ¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! … 38 veces.

Cuando las explosiones ya terminaron, Javier estaba muy asustado, más asustado que el dolor. Los cuetes habían cortado un hueco en sus pantalones, aproximadamente el tamaño del bolsillo.

Todavía estaba solo.  Nadie en casa con él. Se quitó los pantalones y se miró la pierna. Había una mancha bastante grande, roja e hinchada, pero no habia sangre ni ampolla. Así que frotó la pomada en la mancha, se puso otros pantalones y tiró los quemados.

Cuando sus padres regresaron, su padre le dijo:

–¿Qué pasó, Javier?

–Nada.

–Te ves mal…

–No, solo estoy un poco triste y sentimental. Pienso de la la Navidad. Todas las Navidades. El pasado.

–Pero pareces asustado… ¿Ocurrió algo?

–Solo estoy triste.

Su padre olió el aire.

–¿Qué es este olor? ¿Cuetes?

–Ah sí. Quemé cuetes. Solo dos.

Su padre aceptó la explicación y la familia se adelantó con las preparaciones para la cena de la Navidad.

Poco a poco, la herida se fue curando, y después de un mes la pierna estaba normal.

Unos meses más tarde, la hermana de Javier le preguntó si habia visto sus cuetes, el paquete de China.

–No, no los he visto.

–¿De veras?

–Sí, no se donde están.

–Pues — dijo la hermana– eran cuetes viejos. Probablemente no funcionan nada más.

Por eso desde la edad de quince, a Javier no le han gustado los cuetes. Sus amigos le pedían que los quemaran, pero les decía a sus amigos que no, a él no le gustaban.  Y hasta hoy mismo cuando oye los cuetes, la pierna todavía le duele.

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