La Cenerentola de Rossini en El Teatro Principal de Puebla

El sábado, fui al Teatro Principal a ver “El Met de Nueva York en pantalla gigante de alta definición.” La ópera ese día era La Cenerentola (en italiano) o La Cenicienta (en español) o Cinderella (en inglés). Ahora bien, como hombre, he evitado casi toda mi vida las muchas versiones de la historia de la Cenicienta en la cultura popular y comercial. Evito todavía y especialmente las versiones de Disney. Sin embargo, quise ver esta ópera por varias razones.

Uno, empecé a asistir a las transmisiones del Met en diciembre, y por la primera vez en mi vida me ha gustado la ópera. Solo puedo disfrutar la música en el contexto de la forma especial de narrativa que es “la ópera”. Esta forma de narrativa es lo que me interesaba: historias excesivas y exageradas que, combinadas con un estilo de canto exigéntisimo, disciplínadisimo y artificíalisimo, a menudo es capaz de revelar las profundidades del alma humana. En pocas palabras, yo disfrutaba la serie, y quería ver la última ópera de la temporada.

Dos, quería ver que efecto las técnicas y convenciones de la ópera (y los talentos de Rossini y Ferretti) harían al cuento de la Cenicienta, una historia que ahora es casi sinónima de una campaña de mercadotecnia para las niñas.

Y tres, me interesaba mucho el lugar. Yo había visto las óperas del Met en Milwaukee –en una sala pequeña en un multicine grande, rodeado de las películas de acción, con una audiencia que normalmente está compuesta por los viejos y los excéntricos– y quería ver que clase de evento social “El Met de Nueva York” sería en México. Quería ver también el interior del Teatro Principal de Puebla.

La Cenicienta valió la pena (ni mencionar la entrada barata).

Las transformaciones del cuento clásico era fascinante. El libreto de Jacopo Ferretti era sorprendentemente (para mí, en todo caso) mucho más masculino que las versiones de Perrault y Disney. En lugar de una mala madrastra, había un mal padrastro. En lugar de una buena madrina, había un tutor para el príncipe, un maestro astuto, con una sapiencia misteriosa (es difícil decir si el maestro sabía hacer magia o sabía ciencia que se parecía como magia; en los cuentos de hadas no hay diferencia.) Y había un personaje nuevo en esta versión: el pordiosero del príncipe. El coro también consistía en hombres solamente (en esta producción, al menos.) Así que solo había tres mujeres en el reparto: la Cenicienta (aquí se llama Angelina) y sus dos hermanastras muy malas, groseras y cómicas.

Era un cuento de identidades secretos. Antes del comienzo del relato, príncipe y pordiosero han cambiado lugares, uno a otro, usando disfraces, para permitir al príncipe buscar una mujer llena de bondad, belleza y honestidad. El momento más importante en el relato era cuando Angelina rechazó la oferta de matrimonio con el hombre ella pensaba que era el príncipe porque ella estaba enamorado con el hombre que ella pensaba que era el sirviente.

La música de Rossini era en el estilo de coloratura, con muchísimas notas muy precisas. No sé como, pero de alguna manera esta música formal compaginada con el cuento artificial se volvió muy conmovedora.

Una soprano norteamericana, Joyce DiDonato, cantó el papel de Angelina y un tenor peruano, Juan Diego Flórez, cantó el papel del príncipe. Ambos son brillantes (por supuesto, era “El Met”).

El lugar tuvo lo bueno y lo malo. En Puebla la ópera, incluso una ópera que era en verdad un programa de tele, parecía ser un evento de moda. La gente en el Teatro Principal era más joven, más numerosa, mejor vestida y mucho más sofisticada que la audiencia en Milwaukee. Desafortunadamente, la audiencia poblana era también más desconsiderada. Como los aristócratas asistiendo a una ópera en las novelas de Proust, muchas personas llegaron tarde y valoraron sus comunicaciones personales (hoy, el Facebook y los textos) sobre la experiencia de los vecinos. Durante el desempeño, las pequeñas pantallas lucieron con frecuencia, en competencia con “la pantalla grande de alta definición”. El Teatro Principal es un edificio magnífico, el lugar perfecto para ver una ópera. Tristemente, la gerencia necesita decir a la audiencia, como en los cines, “No use el teléfono durante la ópera, ni para voz, ni para los textos, ni para el Facebook….”

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