El despegue en la lluvia

Yo me habré dormido tan pronto como el avión salió de la puerta y empezó su largo camino por las pistas de O’Hare, porque me desperté 15 minutos más tarde cuando el movimiento del avión –una criatura lenta y pesada en la tierra– de golpe se paró. Sentí el momento de pánico y desconcierto que a menudo siento cuanto me despierto de una siesta imprevista en la tarde. Miré por una ventanilla cubierta con gotas de lluvia. Estábamos –no podía decir exactamente– en alguna parte de la red de pistas de O’Hare. Era un mundo gris y mojado, pero las condiciones –yo supuse que sí– eran adecuadas para despegar: no habían relámpagos ni truenos, aunque el ala del avión, la cual podía ver por la ventanilla, temblaba con el viento. Yo no tuve nada que ver con la seguridad del avión, pero pensé que sería irresponsable dormir por el despegue en este tiempo. Yo tuve que mantenerme en vela, aunque no sea más para ser testigo de mi propia muerte.

En la pista siguiente, paralela a la nuestra, había un avión frente a nosotros, un avión grande y amarillo, totalmente amarillo. Por un momento pensé que íbamos a despegar juntos, los dos aviones al mismo tiempo pero en direcciones opuestas, un baile aeronáutico en la lluvia. Pero así no es como funcionan los aeropuertos. Después de un rato, el avión amarillo despegó, sólo, deslucido en la lluvia, como la memoria vaga de un sueño.

Tan pronto como se fue, empezamos a gatear adelante y yo podía ver por la ventanilla otro avión –un blanco– girando despacio al lugar del cual el amarillo acababa de salir. Yo entendí: estábamos en la cola para despegar.  Cuando a la larga giramos a la derecha para asumir la posición de honor, yo podía ver la fila detrás: tres grandes aviones de la línea United y un pequeño privado esperando su turno, todos pacientes en la lluvia.

Las gotas de lluvia desaparecieron tan pronto como estábamos arriba. Había mucha turbulencia durante nuestro ascenso por las nubes. Al principio, subíamos por una niebla oscura, luego por una niebla blanca y reluciente. Había una llamarada de luz reflejando en el ala, un pedazo de azul vislumbrado por un instante, y ahora estábamos arriba de las nubes, muy por encima de la lluvia. El piloto apagó la señal de cinturones.

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