Tenga para que se entretenga: una imputación lógica

Hace mucho tiempo leí en alguna parte sobre una estrategia en lógica matemática  que al principio me rompió la cabeza y luego me dejó pensando: reconozco esta estrategia. Es lo que hacen los buenos escritores de ficción, o al menos un subconjunto de los buenos escritores de ficción: quienes se esfuerzan por alcanzar dos metas aparentemente incompatibles: entretenernos con lo fantástico y al mismo tiempo decirnos algo de verdad acerca del mundo. Desde entonces, me he fijado de vez en cuando en los atisbos de esta estrategia en un cuento aquí y una novela allá. Recientemente, descubrí un ejemplo muy sutil e interesante en el relato mexicano “Tenga para que se entretenga” por José Emilio Pacheco.

El Bosque de Chapultapec— “Los árboles de ese lugar tienen formas extrañas, se hallan como aplastados por un peso invisible.”
El Bosque de Chapultapec— “Los árboles de ese lugar tienen formas extrañas, se hallan como aplastados por un peso invisible.”

La estrategia de la lógica funciona más o menos así: la lógica y el matemático (me gusta pensar en ellos como una pareja, un matrimonio trabajando juntos) empiezan con la invención de un teorema para que no haya evidencia y de hecho pueda ser perfectamente absurdo. Llamemos a este teorema “el absurdo”. Por consiguiente, la lógica y el matemático comienzan a deducir teoremas del absurdo, o no solamente de él sino del absurdo añadido a todos los teoremas verdaderos de lógica y matemática. Por supuesto, es un mundo absurdo, el mundo de los nuevos teoremas, deducidos de muchas ideas verdaderas y una idea absurda. Pero nuestra pareja, la Sra. Lógica y el Sr. Matemático, no están interesados en la locura por la locura, pero sí en el descubrimiento de nuevas verdades, verdades en la forma de teoremas demostrables. Esto es lo que ellos hacen: tratan de deducir algo nuevo del  teorema  absurdo, y también deducir lo mismo de la negación de lo absurdo. Ellos están en busca de una nueva idea que es verdadera si el absurdo es verdadero, y también es verdadera si el absurdo es falso. Si es verdadera en ambos casos, es verdadera todo el tiempo: es simplemente la verdad. Así que es posible, en el mundo de lógica y matemática, utilizar el absurdo para encontrar la verdad.

Ahora está claro que los métodos por los cuales ellos demuestran sus verdades a sus lectores son bastante diferentes de los métodos de los escritores de ficción. La Sra. Lógica y el Sr. Matemático siguen una cadena de inferencia con reglas estrictas, mientras el escritor de ficción tiene que apelar a un estándar menos prescindible pero al final más riguroso: el juicio intuitivo del lector, el dictamen instantáneo que dice “Sí, así es,” o “No, el mundo no es así.” Además, las estrategias de entretenimiento en ficción son muy diferentes de los de lógica y matemática: en “Tenga para que se entretenga”, por ejemplo, José Emilio Pacheco presenta su teorema absurdo no al inicio pero sí al final, como la gran revelación de su narrador. Es lo mejor para que nos entretengan, podría decirse. Y las verdades que él ha demostrado no aparecen al final sino a mitad del cuento, al parecer en una digresión que al principio se ve como una técnica de demorar; una manera de aumentar la tensión antes de que el narrador, un detective privado, conteste la pregunta “¿En realidad, qué pasó esa tarde en el Bosque de Chapultepec?”

(Si el lector ha llegado a este punto, voy a suponer que usted ha leído el cuento. Si no, aquí está. O aquí, en una versión un poco diferente. Léalo ahora, antes de leer el siguiente párrafo.)

El absurdo teorema de este cuento es sorprendente: en los años cuarenta, durante la Segunda Guerra Mundial, una figura que podría ser el fantasma o cadáver del emperador Maximiliano emerge de la tierra en el Bosque de Chapultepec, y habla por un momento con una mujer acomodada y su hijo. En algunos borradores del relato de Pacheco, la figura fantasmal —alto, pálido, con un uniforme azul desteñido y hablando con acento alemán— parece obviamente referirse al emperador de Habsburgo, instalado y posteriormente abandonado por los franceses; en otras versiones (incluida la publicada en la colección de cuentos de Pacheco, El principio del placer) la única testigo niega explícitamente ese parecido imperial. En cualquier caso, la figura cadavérica se llevó al niño al inframundo, de donde el niño nunca regresaría. Es un teorema fantástico y absurdo, por supuesto, pero José Emilio Pacheco se pregunta: si fuera cierto, ¿qué se podría concluir de esto sobre la sociedad mexicana? ¿O más específicamente, del gobierno mexicano?

Lo que Pacheco concluye es esto: si un niño desapareciera en el Bosque de Chapultepec, un niño cuyo padre fuera rico por su amistad con Maximino Ávila Camacho, un niño cuya madre pudiera ser una de las novias del Don Maximino, “la persona más importante del gobierno y el hombre más temido de México”, pues entonces todos los recursos del gobierno, oficial y no-oficial, se dedicarían al caso. Pero el propósito de estas fuerzas, de militares, de policías, de agentes informales no sería el descubrimiento del niño ni la verdad, sino la protección del gobierno, del partido, y de la fama del próximo presidente de la república, el susodicho Don Maximino. La prensa circularía teorías fantásticas sobre la desaparición, para entretener al público un poco; el gobierno reaccionaría contra las versiones que lo calumnian (con violencia si fuera necesario); los inocentes serían detenidos y condenados con pretextos absurdos; y al final, el público aceptaría la narrativa oficial.

Y todo eso ocurriría si la desaparición tuviera que ver o no tuviera que ver con el fantasma del Emperador Maximiliano. O cualquier fantasma.

Además, Pacheco usa la voz, la personalidad y la actitud de su narrador, un detective privado que se llama Ernesto Domínguez Puga para establecer lo que es normal y lo que es asombroso en el mundo del cuento. Décadas más tarde de los acontecimientos originales, el detective Puga está escribiendo un “informe confidencial” a un nuevo cliente (aparentemente un alto cargo del gobierno) en los setenta. Este detective tiene muchas ganas de verse como un hombre de razón, discreto y confiable; aunque, a veces da la impresión de ser un poco vanidoso por su conocimiento del interior en el régimen y un poco locuaz en su informe. Para él, los actos del gobierno en la época de los Ávila Camacho —los esfuerzos de encubrir, cohonestar, falsificar y aún asesinar— no son ultrajes sino los procedimientos normales del poder, los cuales el detective Puga describe en un tono familiar, para mostrar su íntimo conocimiento con tales cosas.

Como he dicho antes, el relato no está presentado en la forma de una derivación de lógica. En cambio, tiene la estructura de un cuento policíaco que resulta ser un cuento de fantasmas, o mejor dicho, un cuento de fantasmas disfrazado como uno policíaco. Las partes en secuencia son: la carta de presentación del detective Puga a su nuevo cliente, servil y presumido al mismo tiempo; los hechos del caso como se entendió al inicio; el resumen sin prisa de las consecuencias políticas del caso; y al final la escena de la entrevista postergada entre el detective y los padres del niño desaparecido, entrevista en que la evidencia del fantasma del Emperador Maximiliano es al fin revelada. La presentación del cuento está diseñada para asombrar, para entretener. Pero además de la estructura narrativa, hay otra estructura en este cuento: una estructura honda, una estructura argumentativa con que Pacheco afirma algo verdadero de la política de su país. Y este argumento se funda en una estrategia similar a la de la Sra. Lógica y del Sr. Matemático.

Va así: si el fantasma del Emperador Maximiliano (o otro fantasma del siglo XIX) raptara un niño de una familia adinerada conectada al gobierno, el gobierno haría lo que fuera necesario para preservar su poder y para evitar cualquier mancha en la reputación de sus dirigentes, hasta la promulgación de falsos relatos, el encarcelamiento de testigos inocentes y el asesinato de un periodista incómodo. Y el gobierno también tendría hombres como el detective Puga que tuvieran la alegría de ayudar. ¿Y si el crimen fue un crimen normal? ¿Un crimen sin fantasmas, sin ningún factor sobrenatural? El gobierno haría lo mismo. Para los lectores mexicanos, es obvio que el gobierno haría exactamente lo mismo en cualquier caso que pudiera amenazar su poder. Por lo tanto, sus actos serían los mismos si el absurdo es verdadero o si el absurdo es falso. En este argumento, el comportamiento del gobierno es el punto principal, el quod erat demonstrandum, lo que se podría comprobar.

En otras palabras, “Tenga para que se entretenga” es una imputación lógica contra el gobierno mexicano de los cuarenta y de los setenta —pero el domino del argumento no está limitado a estos gobiernos, o solo a un país. Por extensión se aplica a cualquier gobierno que funde su poder en el autoritarismo, la corrupción, el culto de personalidad y la mentira. Así pues, es un ejemplo admonitorio bien argumentado contra ciertas tendencias de Estados Unidos hoy.

Y la admonición no disminuye por venir disfrazada como un cuento de fantasmas, el que a su vez está disfrazado como uno policíaco.


Aparentemente, Pacheco revisó sus cuentos todo el tiempo. Hay muchas variaciones:

Versión 1
Versión 2

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Category: En español