Memoria, una obra de Tramaluna Teatro

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La escena fue diferente de la noche anterior, pero no mucho: la de Sala Seki Sano en lugar de la de Teatro La Candelaria, su vecino a lado; y el elenco también fue muy similar: las dos mujeres del Si el río hablara, Nohra Gonzalez y Alexandra Escobar, formaban todo el reparto de la obra Memoria, del Teatro Tramaluna, la cual vi jueves por la noche.

No he visto el organigrama de Tramaluna Teatro, pero al parecer es otro canal para proyectos de Patricia Ariza que no encajan en el repertorio del Teatro La Candelaria, el famoso grupo teatral experimental del cual Ariza, González y Escobar todas son socias. En todo caso Patricia Ariza es una mujer muy atareada y en esta semana lo está aun más: según los periódicos, ella parece ser la directora de la Corporación Colombiana del Teatro, del Festival de Teatro Alternativo, del Teatro La Candelaria y, sobre todo, de cuatro obras (al menos, por mi cuenta) que se montan en la primera semana del Festa 2018. Es mucho, pero no es demasiado: si Memoria, una obra que toma menos de una hora, es en pequeño proyecto lateral, sin embargo es una experiencia teatral de la más alta calidad, en  que se reúnen la técnica física, el análisis inteligente y la pasión inquebrantable.

Memoria es el resultado de un proceso de creación colectiva, es decir, una investigación de las actrices y directora en las vidas de mujeres desplazadas por la guerra y la violencia, las refugiadas internas de Colombia. Ariza, González y Escobar empezaron con las palabras propias de estas mujeres (presumiblemente historias orales o entrevistas oficiales). De estos testimonios, las tres artistas buscaron, por improvisaciones en diálogo y movimiento, las formas teatrales para retratar las vidas de estas mujeres casi olvidadas. El producto final de esta indagación, la obra en sí misma, incluye mucha danza, la cual le permite plasmar, en el espacio restringido de la escena, los grandes cambios de desplazamiento: las salidas forzadas de sus casas, el huir, el correr, las caminatas sin fin. Es obvio que González y Escobar han trabajado juntas mucho: la coordinación temporal de las actrices y la precisión de sus diálogos, movimientos, pausas y gestos son impresionantes, las de hermanas bien conocidas.

La escena está vacía al inicio; en este poema teatral las actrices traen todas los accesorios de utilería con ellas cuando entran, como pintoras acercándose a un lienzo en blanco. Y en el momento de entrar, están cantando, llevando una camilla. Son una mujer flaca y una fuerte, sus costumbres que compaginan la tradicional con el simbólico: la flaca lleva un sombrero del que crece un árbol, en el sombrero de la fuerte está montada una casa; en otras palabras, ellas llevan sus hogares en la cabeza como sus recuerdos en las manos.

La escena fue diferente de la noche anterior, pero no mucho: la de Sala Seki Sano en lugar de la de Teatro La Candelaria, su vecino a lado; y el elenco también fue muy similar: las dos mujeres del Si el río hablara, Nohra Gonzalez y Alexandra Escobar formaban  todo el reparto de la obra Memoria, del Teatro Tramaluna, la cual vi Jueves por la noche.

No he visto el organigrama de Tramaluna Teatro, pero al parecer es otro canal para proyectos de Patricia Ariza que no encajan en el repertorio del Teatro La Candelaria, el famoso grupo teatral experimental del cual Ariza, González  y Escobar todas son socias. En todo caso Patricia Ariza es una mujer muy atareada y en esta semana lo está aun más: según los periódicos, ella parece ser la directora de la Corporación Colombiana del Teatro, del Festival de Teatro Alternativo, del Teatro La Candelaria y, sobre todo, de cuatro obras (al menos, por mi cuenta) que se montan en la primera semana del Festa 2018. Es mucho, pero no es demasiado: si Memoria, una obra que toma menos de una hora, es en pequeño proyecto lateral, sin embargo es una experiencia teatral de la más alta calidad, en  que se reúnen la técnica física, el análisis inteligente y la pasión inquebrantable.

A veces, ellas hablan directamente a la audiencia sobre sus sentimientos, los cuales emergen del cuento que se está relatando. En estos momentos, no abandonan sus personajes: en esta obra, cada una encarna a muchas mujeres, y entre ellas, a sí misma, una actriz en Bogotá que vive en esta época en la cual la paz parece posible. “Vale la pena?” pregunta una, refiriéndose al proyecto y el esfuerzo de transformar en obra de teatro tantas vidas desplazadas y dañadas, sin la capacidad de ayudarlas.  Y nosotros, en la audiencia, entendimos la duda. Es verdad, el teatro no puede salvar las injusticias del pasado. Pero lo que puede es dar forma a la memoria. Forma visual y verbal. Forma física. Forma corporal.

Sí, vale la pena.

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