Viendo Roma en CDMX (y MKE)

Aviso: revelaciones del argumento
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Publicad para Roma en estación de Metrobus, diciembre 2018
foto por Dave O’Meara

Antes de venir a México, ya había visto Roma una vez en Netflix. (Una vez, pero en tres partes, tres noches, tres sesiones.) Y antes de eso, tenía conocimiento de la película. Hace unos meses, había ojeado las noticias de su proyección en la Feria del Cine de Nueva York, solo ojeando, como generalmente trato de hacer con una película que todavía no he visto, tratando de extraer solo la mínima de información necesaria para determinar si ésta es algo que quiero ver.

Sabía también que Roma era una película de memoria personal de Alfonso Cuarón, el director de Niños de los Hombres, mi favorita película de este siglo hasta entonces; que el título de la nueva obra refiere a la Colonia Roma, un barrio de la Ciudad de México, y no al imperio antiguo (o al menos no literalmente); y que era un regreso, para Cuarón, al idioma español, a diferencia de las películas de Hollywood con las cuales Cuarón había ganado su fama mundial, los ejercicios de varios géneros elevados a obras profundamente personales por sus destrezas cinemáticas insólitas. En breve, pues, conocía vagamente a Roma como algo que quisiera ver algún día, pero no la esperaba.

Y entonces, hace unas semanas, estaba abriendo Netflix en la noche para ver una de las series en español que estaba mirando, en rotación, como un canal privado de tele con un programa diferente cada noche a las ocho: una lista que incluía entre otros Distrito Salvaje, de Colombia, que trata de las vidas de los recién reintegrados revolucionarios con un pie en el mundo policial y otro en el delincuencial; El Marginal, de Argentina, que cuenta la vida dentro de una cárcel super-corrupta en Buenos Aires; y Gran Hotel, de España, un melodrama desde la vuelta del siglo XIX al XX, ubicado en un hotel de lujo casi tan corrupto —pero con gente mucho más guapa y bien vestida— como la prisión porteña. Esa noche, como siempre, Netflix me mostró una advertencia para su nueva programación, y esa vez, no como siempre, yo estaba muy interesado: era por Roma. De repente, la película estaba disponible, inmediatamente, incluida en mi suscripción, con un clic del botón en el control remoto. Y de improviso, me puse a verla.

La mire como miro las series: con el audio en español —el original— y subtítulos en español también. (Por eso, Netflix es una herramienta espectacular para aprender español.) Además, Roma tiene subtítulos en español para los diálogos ocasionales en mixteco, lo cual hacía difícil, para este extranjero, distinguir la diferencia entre subtítulos y subtítulos. La película posa al espectador en medio de la vida normal de una familia Mexicana de clase profesional a inicios de los setenta, una casa en que viven cuatro niños exuberantes, dos sirvientas, un chofer, una abuela, una madre nerviosa y un padre que está ausente con frecuencia. El foco de las escenas iniciales parecía ser las actividades cotidianas de una de las sirvientas, una joven amable, paciente y cariñosa se llama Cleo, cuyas deberes incluían manteniendo la estabilidad emocional de los bulliciosos niños y limpiando gran cantidades de cacas del perro. Encontré maravillosas las imágenes en blanco y negro de Roma, intrigante su mirada fija, y poética la experiencia en total, pero de pronto empecé a sentir temor. Mi miedo vino de una vida de consumir cuentos, de un sentido
interiorizado de las reglas de narrativa:  sabía que una exposición de una vida normal y alegre significaba que algo horrible iba a ocurrir, especialmente si esta exposición se quedaba en detalles poéticos. Después de 40 minutos, más o menos, puse el botón de parar como si fuera un episodio de una telenovela que había llegado a su conclusión.

Así que Roma tomó su turno en mi rotación de series, aunque obviamente pertenecía a una categoría diferente de narrativa visual, una que merecía atención más dedicada. Pero esa es la manera en que uno mira Netflix: en mordidas y maratones, en episodios que terminan con resoluciones que satisface pero no satisface, porque hay tantas preguntas abiertas que no hay más remedio que mirar el próximo episodio.

Roma no tiene esa estructura. Su momentos cuajan en un argumento por la acumulación lenta de detalles a lo largo de dos horas y un cuarto. Es una película para el cine, en otras palabras, aunque producida por un servicio de transmisión en linea. Sin embargo, la miré en mi casa en tres sesiones de 40 a 50 minutos, más o menos. La terminé la noche antes de salir de mis vacaciones a México y sentí, dentro las fuertes emociones provocadas por la película, que había algo mal en la manera en la que la había visto. Resolví ver Roma en un cine (la cosa rara —o la cosa nueva— de Roma es que se estrenó en Netflix unas semanas antes de que se estrenara en cines). Y tenía ganas de ver Roma en la ciudad en que tiene lugar, aunque una ciudad 47 años más vieja, una ciudad que ha cambiado su sigla oficial de DF a CDMX, y por último quería ver Roma, la película, en Roma, la colonia.

Pues ese deseo final no podía cumplirse. Busque en el internet y encontré un multicine en Roma (o muy cerca), pero en su sitio de web aprendí que todas sus funciones de Roma estaban agotadas por el resto de diciembre, es decir, por todos los diez días de mis vacaciones. En el Centro, muy cerca de mi departamento de Airbnb, encontré otra opción: La Casa del Cine, un pequeño lugar dedicado al cine como arte, una art house cinema por antonomasia. Allí, Roma estaba agotada solamente una o dos funciones en avance. Compré un boleto, regresé esta tarde y miré Roma en la pequeñísima sala de la Casa, en que hay menos de 50 asientos. No fue una experiencia perfecta, pero fue una experiencia comunal, y eso fue lo que importaba.

Primero la imperfección: la pantalla  por delante del cuarto estrecho era demasiado pequeña, y así que La Casa proyectó la película con el formato del teles contemporáneas, 16:9, en vez de 2.35:1 aspecto de cine de pantalla ancha. En consecuencia, las partes a la derecha y la izquierda de la imagen estaban cortadas, omitidas, simplemente no estaban. Por ejemplo, en una de las escenas más sutiles, tristes y raramente cómicas de la película, la familia está sentada, con aire sombrío y sin palabras, comiendo conos de helado en una plaza después de que la mamá les dijo a los niños que no iba a regresar su papá, y de hecho él se estaba mudando de la casa mientras ellos visitaban la playa. Cleo también tiene un cono de helado, pero ella se está parando, oteando la familia, lista para hacer cualquier tarea. Al fondo hay una fiesta con música. Toda la familia excepto Cleo ignora la fiesta completamente. Eso es como la escena aparecía en La Casa del Cine:

En verdad, esta es una captura de pantalla de Netflix, cortada a mi recuerdo del formato.  Y aquí es la imágen completa, también capturada de Netflix:

Ahora podemos ver a los novios, y sabemos que clase de fiesta esta es: una boda. En la pantalla ancha, entonces, recibimos el significado pleno de la composición de Cuarón: en frente una familia rota, al fondo una comunidad celebrando un matrimonio nuevo, y un cangrejo gigante arriba de ellos, para algunos, un compañero alegre, sexy y pagano, para otros un símbolo de una pesadilla, la inminencia del divorcio. Y Cleo, la cuidadora, un poco separada de todo.

Pero cualquiera estuviera perdida debido a la pequeña pantalla en La Casa, estaba más que recompensada por la experiencia de ver la película en un cine lleno. En un cine, nadie tiene un control remoto, no hay tentación de parar la función, y en cambio hay de hecho una presión intensa de mirar la película del inicio al fin. Es nada más una experiencia privada e individual, sino una comunal. El sentido de que cosas malas pueden ocurrir no me amenaza con incomodarme, sino provoca un sentimiento casi palpable de preocupación compartida. Y la audiencia ríe, no todo el tiempo, pero bastante, especialmente en la escena en que el novio de Cleo se pavonea su técnica de artes marciales en desnudez frontal. Este es un momento que va a perder su gracia cuando Cleo, y la audiencia, lo recuerde más tarde, pero en su hora es absurdo, impresionante y divertidísimo.

Si, como temía por primera vez en casa en Milwaukee, cosas horribles ocurren en Roma: una tragedia personal y devastador, una ruptura de una familia,  y un abrasante ultraje political-social en las calles. Había querido ver Roma como parte de una audiencia comunal, cometida, y atenta, y tuve suerte de encontrar tal audiencia en la ciudad en donde Roma tenía lugar y donde está llegando a ser parte de la memoria colectiva. Usando Netflix en mi computadora o tele, puedo empezar, parar, buscar, rebobinar, hacer capturas de la pantalla y analizar composiciones. Pero solo en el cine, donde no estaba solo, podía hacer el viaje de esta película, sintiendo momento por momento su contradicciones, sus ironías y su ternura.

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Category: Viajes | En español