El veredicto de la historia militar

Read in English

De los tres impostores, Juan Pujol García ha sido tratado con mayor benevolencia por la historia, en gran parte porque su relato pertenece a la historia militar, y alcanzó a ponerse —después de algunas maniobras— en el lado correcto en la Segunda Guerra Mundial, es decir, en el lado ganador.

Si hubiera terminado la guerra como un mero espía para los alemanes —aunque uno farsante— se habría juntado con el gran, y en gran parte anónimo, grupo de casi-héroes de medio pelo, la pasiva no-precisamente resistencia: los que trabajaron para los Nazis e hicieron sus trabajos tan mal como les fue posible, sin ser descubiertos.

Su comportamiento durante la Guerra Civil Española revela que había sido un tipo de pícaro, leal solo a su fuero interno, hasta el punto de que se merece ser tachado como cobarde desde el punto de vista de los militares. Al final, trabajando para los británicos, se mostró como un maestro estafador, un genio del engaño. Su más grande acontecimiento fue una obra de ficción: su red de 22 (o 27) espías falsos.

Parece que dio a cada agente inventado los suficientes detalles, la suficiente personalidad y la suficiente propensión a la dificultad para convencer a los alemanes de que estaban tratando con hasta 28 fuentes independientes y a veces problemáticas, todo ello olvidando que todo el contacto con la red se canalizaba a través de un solo hombre. Sus informes debían de variar justo lo suficiente para que los alemanes necesitaran recopilarlos, compararlos y cribar la señal del ruido hasta deducir la realidad —la falsa realidad— que Pujol y los británicos querían que se descubriera. Entonces, puesto que ellos han resuelto el acertijo por sí mismos, los alemanes estarían comprometidos en sus conclusiones, hasta el punto de guardar sus tanques cerca de Calais, para defenderse de la gran invasión que aún creían que venía, semanas después de la invasión de Normandía. 

En ciertos aspectos, su logro fue similar al logro de un novelista: la construcción brillante de un mundo artificial, grande y complejo. Pero los novelistas, como otros artistas, no pretenden engañar (o al menos, no después del momento de leer e imaginar); el novelista pretende entretener, encantar o iluminar. Pujol, en cambio, era un mentiroso, no un artista.  Para ser exactos, sus declaraciones eran mentiras según la definición de la mentira como pecado, el viejo y todavía instructivo estándar de tres partes del confesionario católico: 

  • lo que Pujol dijo era falso;
  • él sabía que era falso; 
  • y lo dijo con la intención de engañar. 

Con mucho propósito de engañar. Sin embargo, los que vivimos en el mundo post-nazi decimos que estaba justificado en sus mentiras, porque trabajaba en un rincón de nuestro universo moral en el que la mentira engañosa y deliberada está permitida, incluso celebrada: la inteligencia en tiempos de guerra. Siempre que la otra banda sea más mala que la nuestra (y especialmente después de que hayamos ganado), tipificamos cualquier mentira dicho en pro de la victoria como un acto heroico.

Print Friendly, PDF & Email
Category: En español