La novela histórica

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El hombre que amaba a los perros
por Leonardo Padura
Tusquets Editores, Barcelona 2009

Leonardo Padura, en su novela El hombre que amaba a los perros, cumple lo que podría ser descrito como el deber del novelista histórico (o por lo menos, el deber de los que trabajan en el subgénero de ficción históricamente acertada): es decir, mantener respeto por los hechos establecidos mientras rellenando los huecos narrativos. Esta clase de novelista construye una narrativa que ofrece respuestas verosímiles a las preguntas humanas que revolotean alrededor de los sucesos históricos. Nos muestra las escenas íntimas, las conversaciones y los momentos decisivos: todos los detalles de los cuales el registro documental desafortunadamente carece. El historiador le dice al lector: «Estimado visitante: No sabemos exactamente lo que ocurrió detrás de esas puertas cerradas, así que ni usted ni yo debe preguntar.» El novelista dice: «Querido lector: Sé que tienes preguntas humanas sobre esto, así que he usado mi arte y mi imaginación para darte un relato con todos los detalles íntimos que deseas, 90% verdadero y 10% probable.»

En el relato del asesinato de Trotski,  las preguntas humanas incluyen: ¿Cómo podía Ramón Mercader haber hecho tal cosa? ¿Qué clase de hombre tendrías que ser para asumir una identidad falsa, seducir a una mujer por quien no sentías nada, y usar a esta mujer para ganarse la confianza de los guardaespaldas y de la familia y de un hombre famoso? Cómo sería visitar a este hombre con un piolet (una herramienta de montañismo similar a un pico) envuelto en su abrigo, sólo para practicar, sólo para revisar la seguridad y entonces —la segunda vez que estés solo con este viejo—  extraer el piolet y asesinarlo? ¿Quién tendría la paciencia, la disciplina para eso? ¿Y sobre todo, la sangre fría?

Ramon Mercader
Ramón Mercader ( «Jacques Mornard»), trás su detención.

Padura no nos da respuestas explícitas, pero su imaginación novelística nos facilita estas claves de la personalidad y fuero interno de Mercader: 

  • Su identidad conflictiva como el hijo comunista del dueño de una fábrica, y sus esfuerzos constantes por probarse a sí mismo su dedicación a la causa proletaria.
  • Su relación compleja con su madre, la agente soviética Caridad del Rio, cuya rebelión en su juventud contra su marido burgués la llevó primero a una vida al mismo tiempo libertina (llena de sexo casual, drogas y alcohol) y libertaria (con compañeros anarquistas), y de allá a una nueva disciplina, con exigencias severas pero sin moralidad tradicional: el comunismo estalinista.
  • Su reclutamiento por agentes (incluyendo su madre) del NKVD (la policía secreta de la Unión Soviética), y su adiestramiento en Rusia como un «nuevo hombre» : un hombre con nervios de acero y una voluntad implacable.
  • En los rigores metalúrgicos de su entrenamiento, la compresión de toda la gama de emociones humanos en solo dos: el orgullo y el odio:
    • El orgullo por ser uno de los pocos elegidos que iban a guiar la humanidad a un nuevo mundo; 
    • Y el odio al viejo mundo, el mundo alrededor de él, el mundo en que su causa original, la República de España, había sufrido una derrota abyecta.

Es imposible, por supuesto, saber con certeza lo que pasaba en el interior de Ramón Mercader, pero el retrato psicológico dibujado por Padura es verosímil y convincente, especialmente su reconstrucción del intímo acto de violencia en sí mismo. Padura sugiere que algún atisbo de humanidad vestigial causó que Mercader vacilara un momentito cuando alzó el piolet, un momentito suficiente para dejar que Trotski gritara en terror y dolor y asegurar que su asesino no escapara inadvertido.

El estudio de Trotski en Coyoacán.
El cuarto en que el asesinato tuvo lugar ahora está preservado como museo.

Básicamente, no importa mucho si nosotros, como lectores, aceptamos o no aceptamos la psicología de la reconstrucción dramática de Padura: lo que nos intriga son las preguntas en sí mismas. Para los que aún tenemos el acceso afortunado a las emociones tiernas, cuyas vidas no han sido tan duras o amargas que nos hayan fraguado nuestros sentimientos en armas  de acero, las respuestas ofrecidas por Padura nos ayudan a enmarcar nuestro asombro: ¿Cómo pudo? ¿Qué clase de persona?  ¿De dónde vino esa paciencia? ¿Esa sangre tan fría?

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Category: En español